REAPARECE ANTONIA

Antonia mientras tanto se casó y tuvo seis hijos. Cuando cumplieron la edad para hacer la secundaria se fue a la ciudad más cercana y allí buscó a su hermano Santiago.
La sorpresa de su hermano sobrepasaba los límites de su imaginación. No podía entender como Antonia después de haberle propinado semejante golpe, tuviera la frescura de presentarse delante de él sin ninguna vergüenza.
Como era de esperarse la conversación no llegó a feliz término ese día. Pasaron los meses hasta que un buen día se la encontró vendiendo frutas en una esquina de la ciudad para ganarse la vida, pues no había encontrado la manera de conseguir un empleo.


Pudo más la compasión que su resentimiento y la llevó a vivir a su casa con su familia. Como ella tenía historial de maestra el consiguió con ayuda de una amigo que la nombraran profesora en una vereda cercana y allí empezó nuevamente su labor de docente.
Supo ganarse la voluntad de los lugareños pues en aquel sitio no había ni sacerdote ni enfermera y ella ni corta ni perezosa hacía las veces de líder espiritual; sanaba a todo el que llegaba así fuera desde un simple rasguño hasta el que llegaba con una herida de machete.
Los curaba a punta de ramas como le había enseñado la madre. Tanto así que en una ocasión llegó un hombre con una herida inmensa en una pierna, desangrándose y ella recurriendo a los recuerdos que tenía, le detuvo la hemorragia con emplastos de varias plantas. Cuando cesó de sangrar le cosió la herida a palo seco, sin anestesia, valiéndose de una aguja capotera utilizada
para tejer y de un rollo de hilo grueso que recién había comprado. De esa manera artesanal por emplear cualquier dicho, le salvó la pierna a su paciente.

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