LA POLÍTICA

Los políticos de turno se encargaron de iniciar la violencia en todo el país y hasta el pueblo donde vivían Mateo y su familia llegó con mucha furia. Se formaron dos bandos y cada uno por su lado trataba de obligar a los miembros del partido contrario para que se adhirieran a él. Si no lo hacían las personas que abordaban las amenazaban de muerte y si no abandonaban la población los asesinaban junto con sus familias.
El esposo de Guillermina era una persona muy apreciada en el caserío. Por ser hijo de uno de los fundadores del poblado era muy respetado. Y no solo por esto sino porque era un hombre honrado, de excelente conducta, y comprometido con su familia. Todos lo admiraban por su seriedad y señorío. El miedo se le escondía porque él, Mateo, le infundía miedo al miedo. Hablaba solo lo necesario y pertenecía a uno de los partidos políticos que había en el país y que en ese momento gobernaba la región.
Empezaron los enfrentamientos entre los dos partidos en el pueblo. Mateo pertenecía al sector más conservador y su suegro al liberal.


Durante un tiempo el partido conservador tuvo el liderazgo y expulsaron del lugar a todos los liberales. No sin antes haber dado muerte violenta a todo el que se negara a escuchar sus órdenes o a volverse de su partido. Los curas apoyaban el partido conservador, pues decían que ellos eran protectores de las buenas costumbres y conservaban todas las tradiciones. Pero la verdad era que se adherían al partido que más dinero tuviera en el momento, pues ellos recibían una buena tajada por apoyar al partido de turno.

Aunque Mateo era de este partido jamás estuvo de acuerdo con asesinar a nadie ni mucho menos a robarle sus fincas o sus casas. Era de pocas palabras pero era correcto en su actuar.
Los padres de Guillermina habían huido para no ser asesinados. Pero un día Francisca que no tenía ningún prejuicio ni consideración con ellos, les hizo llegar una carta diciéndoles que necesitaba que fueran por ella y sus hijos porque estaba en peligro por la violencia que se había desatado.
Antonio no debía ir a su tierra porque corría peligro su vida. Pero ante el aviso de su hija se arriesgó y se fue a medianoche llegando a la casa de Guillermina. Esta y su esposo se asustaron mucho al verlo y lo escondieron; pero al día siguiente uno de los matones del pueblo les envió una nota diciéndoles que aunque apreciaban y respetaban mucho a Mateo, iban a asesinar al viejo por encima del que se opusiera.
Había que sacarlo de alguna manera para que no lo agredieran. Durante el día se pasearon por el frente de la casa varios personajes y miraban insistentemente a ver si lo sorprendían.
La zozobra era demasiada. Mateo se asomaba continuamente y saludaba cortésmente a todos los que amenazaban en silencio a su suegro, para proteger en cierta forma a su familia.
Esa noche cuando todo el pueblo dormía, el esposo de Guillermina salió a buscar un automóvil que lo quisiera llevar al puerto que quedaba a dos horas de viaje, aduciendo que su suegra estaba gravemente enferma y debían llevarla al hospital de esa población, pues era el mas cercano.
Todos los conductores lo miraban con desconfianza pero a la vez como lo conocían por su honestidad, sentían compasión por él. Sin embargo temían por sus vidas dada la situación política del momento. Finalmente después de suplicar mucho uno de ellos le dijo que aceptaba llevarlo pero le cobró una alta suma de dinero.
Mientras tanto Guillermina se encargaba en su casa de vestir a su padre con ropas de mujer para que nadie lo reconociera. Había encargado a su hija mayor que cuidara de los pequeños mientras ella hacia lo que tenía que hacer.
Mateo arrimó a su casa con el automóvil que había contratado y su esposa salió con su supuesta madre enferma. El conductor los miraba con desconfianza y miedo pero ellos actuaron con naturalidad y se acomodaron la hija y la madre en el asiento de atrás y Mateo adelante.
El conductor sospechaba que algo raro pasaba pues le parecía muy extraña la apariencia de la presunta señora. Ya habían recorrido un largo trecho del viaje cuando les dijo a los viajeros que se le había descompuesto algo al carro y que esperaba que esas personas que estaban apostadas a la orilla de la carretera le pudieran ayudar. Mateo Guillermina y Antonio se dieron por perdidos. No era natural que a aquellas horas de la noche hubiera alguien en aquel camino solitario y peligroso.
No sabían que hacer. El conductor se apeó y se acercó a los vigías de la noche y les dijo algo entre dientes. De repente de entre las tinieblas apareció una figura inmensa y los apartó de un fuerte golpe. Al conductor lo puso de nuevo con sus enormes manos en su sitio en la conducción del carro. Y luego como pudo se acercó a la ventanilla donde iba Antonio y lo miró a los ojos. Se llevó a la cara la tea encendida que cargaba en sus manos. Antonio conectó con aquella mirada llena de agradecimiento que una vez él había salvado en la selva. No podía haber palabras pero de alguna manera supo que aquella niña asustada a la que el generosamente le había devuelto su libertad, esta noche le devolvía su vida y la de su familia.
El asustado conductor no tuvo mas remedio que continuar con su viaje pues en el camino amenazante estaba aquella criatura que había salido de la nada y no podía desafiarla pues probablemente era un alma en pena, que hacía un acto de generosidad con los viajeros, para salir pronto de las llamas del purgatorio.
Llegaron al puerto a eso de las dos de la mañana, y para evitar sospechas se bajaron frente al hospital y Mateo le dijo al conductor que lo esperara que el regresaría al pueblo.
No bien se hubo alejado el carro, Guillermina le quitó el disfraz a su padre y se fue con él a casa de los parientes que vivían en aquel lugar.

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