Al día siguiente continuaron con su tarea. Los gigantescos árboles de 20, 30 o más metros de altura calculaban ellos, estaban cubiertos de capas de líquenes y gruesos bejucos; de enredaderas que llegaban hasta el suelo. Había también plátanos, orquídeas y bromelias de hermosos colores.
Ya habían caminado alrededor de dos horas cuando un chillido extraño los hizo alzar la mirada.
Solo alcanzaron a ver unas ramas que se movían y vieron los brillos del sol colándose por entre las grandes hojas de esos gigantes legendarios.
![](https://heks.teachkampus.com/wp-content/uploads/2024/05/Monte-adentro-1024x1024.png)
Les alegró saber que el sol los acompañaba, pero volvieron a escuchar aquel raro sonido agudo, y sentían como si alguien los estuviera mirando. Luego otro fuerte crujido de ramas, y algunas cayeron a sus pies. Estaban inquietos porque de pronto era algún animal salvaje que los quería devorar, y entonces decidieron esconderse para ver si aparecía la criatura que producía aquellos chirridos tan extraños.
Se quedaron inmóviles cuando lo escucharon de nuevo. No respiraban siquiera, porque los habitantes de la selva se reconocen por sus alientos y humores. Se cubrieron con vegetación para oler a monte y esperaron para saber que era o de donde provenía aquel ruido.
Por entre las ramas escucharon que algo o alguien se acercaba, pero ya no chillaba. Escuchaban cómo bajaba del inmenso árbol. Se agazaparon más y más esperando y auscultando cada sonido, cada movimiento. Jamás podrían imaginar siquiera lo que estaban viendo.
Por sus rasgos se dieron cuenta que era una chiquilla de unos 12 o 13 años. Tenía el pelo hasta el piso. Abundante, enredado y sucio. Su cara apenas asomaba por entre la mugre que alojaba. Sus uñas largas y ya un poco encorvadas; gritaba y saltaba comiéndose una fruta que ellos no conocían. Curiosa se acercó demasiado y reconoció el olor extraño que estaba ahí entre la vegetación, y su instinto hizo que se alejara corriendo y se escapara como si huyera de un peligro.
Los hombres salieron de su escondite y apenas si daban crédito a lo que habían visto. Augusto el mayor, propuso que la “cazaran” para llevarla a la ciudad más cercana, y entregarla a las autoridades municipales para que la civilizaran y de paso ganarían algún dinero por ella. Pero su padre, indignado se negó rotundamente a hacerlo.
No tenían ningún derecho de quitarle su libertad a aquel ser que por algún motivo había quedado atrapado en la selva, y sacarla de allí sería exponerla a demasiados peligros. De tal manera, que no había nada que discutir. Sin embargo Augusto cuyo nombre significa…………. no dijo nada pero siguió cavilando como agarrar aquella presa que sin duda le redundaría en una buena ganancia.
Amaneció un sol esplendoroso y los señores se apresuraron a realizar su tarea para acabar de una vez lo iniciado. Cuando fueron a desayunar notaron que Augusto no llegaba y lo esperaron un poco pero fue en vano. Antonio les pidió a Pablo y a Cesar, que se adelantaran a su trabajo que él ya los alcanzaría.
No se podía quedar con la duda, iba a averiguar donde estaba Augusto. Sigiloso como un tigre fue mirando en la hierba las pisadas que se dirigían a otro lugar, que no era el acostumbrado. Este camino iba en otra dirección y Antonio sospechaba, qué estaba haciendo su hijo mayor.
Muy a su pesar, dedujo que había madrugado bastante porque cuando llegó a donde él se encontraba ya tenia la niña que habían descubierto el día anterior amordazada y amarrada; le ordenó a su hijo que la dejara en paz, y de un salto le arrebató la criatura que temblaba presa de pánico.
La sorpresa de Augusto fue enorme; pero más su frustración y su rabia. Rápidamente Antonio le quitó las ataduras y la mordaza mientras que con un tono de voz suave la calmaba para que se tranquilizara y fuera más fácil soltarla. La pequeña fue comprendiendo y en su mirada iba reflejando que comprendía.
Cuando pasaron los años Antonio recibiría una manifestación perfecta de gratitud por aquel acto de amor y compasión.
Luego de sentirse libre aquella criatura del bosque rápidamente subió al árbol más cercano y antes de desparecer miró a su salvador, como dándole las gracias, y se alejó como alma que lleva el diablo.
Antonio y Augusto llegaron al lugar donde estaban los demás hermanos y sin dar ninguna explicación se unieron a su trabajo pero había un aire de pesadez entre todos que daba a entender que algo desagradable había sucedido entre el padre y el hijo mayor.
Terminaron su faena y al final del día, muy alegres porque ya podían echar cimientos, se fueron rumbo a casa, pues no era conveniente que las mujeres quedaran solas mucho tiempo.
Como siempre al llegar había agua caliente esperándolos, y una rica cena con sabor de hogar.
María estaba embarazada y Antonio anhelaba que llegara otro varón. Pasaron los nueve meses y llegó el momento del parto. Ya la comadrona del pueblo más cercano, estaba en la casa desde hacía dos días.
El parto fue fácil y nació un varón a quien llamaron Santiago. A los seis meses María quedó embarazada nuevamente, pero ella se sentía mal. La partera pasó por su casa y le recomendó quedarse en cama los tres meses que le faltaban para el parto porque corría el riesgo de perder la criatura. Ocho días antes de lo esperado Antonio fue por la comadre y María tuvo un parto difícil; nació una niña.
Esta fue la “última de la ralea” pues por motivos que la partera entendía pero María no, ésta quedó infecunda. A la última de la ralea la llamaron Antonia para que el nombre del papá perdurara de alguna forma en la familia.
Terminaron su casa en el bosque y se fueron a vivir a ese lugar mágico, lleno de vegetación exuberante pero también lleno de misterio y fábulas que enriquecían su vida y la llenaba de historias y leyendas. Algunas ficticias, y otras tantas ciertas pero difíciles de creer para otros tantosque no habían tenido la suerte de experimentar la vida de esa manera sorprendente.