Pablo Cesar y Augusto cogieron camino con lo que tenían en los bolsillos y su carga emocional sobre los hombros. No tenían forma de reparar el daño que habían causado. Por lo tanto decidieron alejarse de sus padres. Sabían que en los llanos orientales vivían unos parientes de su madre y se dirigieron hacia allá.
Después de tres días de viaje llegaron a una pequeña población muy calurosa; las calles empolvadas, las casas viejas con techos de paja, muchos perros flacos y hambrientos y la gente sentada en las aceras debajo de los árboles refrescándose del calor absurdo que hacía en aquella región.
Se acercaron a una pequeña tienda con las vitrinas casi desocupadas ofreciendo escasamente unos panes viejos y duros además de varias botellas de una gaseosa llamada Frescola. Se sentía en el aire la soledad y la desesperanza. Sedientos tomaron varios vasos de esa bebida y luego comieron de ese pan reseco, pero que les calmó la fatiga del viaje.
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Preguntaron por el señor Miguel Durán y los enviaron a una finca que había cerca del pueblo.
Llegaron hasta su casa y se identificaron como los hijos de Antonio. Miguel con mucha alegría les recibió y les dio posada esa noche. Al día siguiente habló detenidamente con ellos y a Pablo y a Cesar los envió a trabajar donde dos amigos suyos.
Dejó a Augusto en su finca y a los pocos meses este se casó. Como era su vieja costumbre se emborrachaba con frecuencia y descuidaba sus obligaciones familiares. Un día estaba trabajando en el campo pero había tomado mucho licor la noche anterior y se sentía muy mal. Se acostó en el pasto y no se dio cuenta que venía un tractor en su dirección. El conductor hacía esta ruta todos los días; no era un camino sino una vasta extensión de sembrados por los cuales él realizaba su trabajo ordinariamente. Sin darse cuenta atropelló a Augusto y nadie se enteró en el momento.
Más tarde al ver que no llegaba a dormir empezaron a buscarlo y lo encontraron sin vida en medio de un extenso cultivo.
Por su parte, Pablo después de haber llegado donde el mejor amigo de Miguel, se instaló en su hacienda. Poco a poco se ganó el cariño y confianza de todos los peones y de su patrón.
Este le fue confiando muchas tareas y de esta manera el se fue haciendo a unos buenos ahorros por el dinero que recibía por sus labores. Contrajo matrimonio con una de las hijas del señor de la finca y cuando decidió construir su casa, hizo un convite con todos los trabajadores y le ayudaron a construir una linda vivienda. Tuvo cuatro hijos y fue un gran hombre.
Cesar trabajaba en un aserrío. No se casó y ya tenia una buena cantidad de dinero guardado cuando llegó a la misma finca una sobrina suya, hija de Augusto, a trabajar allí con su esposo.
Pasaron los días y Cesar y su sobrina se volvieron amantes. Se escapaban los dos con frecuencia y el esposo empezó a sospechar.
En el caserío cercano se celebraba ese fin de semana la fiesta de San Isidro Labrador. El cura del pueblo sacaba la estatua del santo y la ponía en el atrio de la iglesia vestida con una túnica larga para que todos los que pudieran pegaran en ella el dinero que quisieran regalarle a la iglesia.
Desde luego ese dinero era para engrosar las cuentas del dirigente religioso; pero la inocencia y la ignorancia hacía que los campesinos creyeran que con esto contribuían a ganarse su derecho al cielo.
Llevaban también gallinas, plátanos, yucas, frutas, quesos, huevos, toda clase de productos agrícolas que llenaba la alacena de la casa cural por varios meses. El cura como recompensa les daba indulgencia plenaria y los habitantes del pueblo en la noche se emborrachaban y así dejaban en las cantinas del lugar los pocos pesos que les quedaban en sus bolsillos. Cesar y su sobrina habían aprovechado la fiesta para encontrarse y se hospedaron en el único hotelucho que había en la población. El esposo celoso los había seguido de cerca y cuando salieron
del lugar, los vio desde un balcón situado al frente del hospedaje; le disparó a Cesar un tiro en la cabeza. Era un cazador experimentado y tenía una puntería inigualable.
Pocos se dieron cuenta de lo sucedido pues cada uno andaba en lo suyo y de esa manera el victimario escapó sin que nadie más que su esposa se enterara de lo sucedido. Así cobró venganza de lo que en esa época no se consideraba un delito, ya que todo se hacía por salvar el honor de esposo traicionado.