LA VIDA EN LA CASA MADRE

Mientras tanto en su rancho, la madre y las hijas hacían sus labores domésticas, y se empezaba a demostrar el carácter de cada una. No eran muy amigas entre sí, dado que la mayor llegando a sus diecisiete años, tenía otros intereses diferentes a sus dos hermanas que apenas llegaba una a los trece y la otra a los once.
Las dos menores ni siquiera jugaban entre ellas. La más pequeña se llamaba Francisca y la otra Guillermina. La mayor se llamaba Josefa. La menor era llamada por su madre “la muchachita” y se notaba perfectamente como la prefería. Le cosía los mejores trajes, le regalaba hermosas muñecas de trapo, y nunca le destinaba ningún oficio, por lo cual Guillermina siempre la trataba con rabia y
resentimiento.


Josefa no se daba cuenta de nada, porque ella ya estaba enamorada de un vecino suyo, y sólo pensaba en estar hermosa para él.
Los quehaceres domésticos eran repartidos entre la madre y las jóvenes hijas. La mayor lavaba la ropa y las pequeñas tenían que ayudar con las gallinas, recoger los huevos y barrer la casa.

Al anochecer se sentaban a la hora de la oración, más o menos a las cinco de la tarde, y mientras bordaban o tejían y hacían el rosario, esperaban con ansiedad cuando asomarían a lo lejos los hombres de la casa.
Los hombres de la casa llegaban a eso de las seis de la tarde. Y las mujeres, les tenían agua caliente para lavarse los pies, ropa limpia para cambiarse, una buena cena con arepas, huevo frito, chocolate y un buen pedazo de carne asada en leña.
Después de cenar hacían una pequeña reunión familiar pues los hermanos habían aprendido a tocar empíricamente tiple lira y guitarra. Y cantaban canciones campesinas. También les contaban sobre los asustos y en esa ocasión les narraron como habían conocido la madremonte y como habían escapado de ella. Temprano se iban a dormir pues madrugaban con los gallos como era la costumbre.
Todo esto alimentaba la imaginación de Guillermina quien ya mostraba su inteligencia. Había aprendido a leer a los cuatro años a punta de perseguir a la mamá por toda la casa con un libro de historia sagrada que había encontrado, y tenía muchos grabados; debajo de cada uno de ellos había un letrero y ella quería saber que significaba cada dibujo; y en eso, su madre fue indulgente enseñándole; de esa manera y poco a poco aprendió a leer casi sin darse cuenta.
Josefa se arreglaba muy bien pues en las horas de la tarde, su pretendiente, al cual su madre le tenía gran aprecio porque tenía muchas fincas y propiedades, iba a visitarla.

Un buen día el decidió pedir su mano. Los padres accedieron gustosos y a los pocos meses se celebró el matrimonio modestamente, en la medida de sus capacidades económicas. Se fue a vivir con su esposo a su finca y pronto se daría cuenta, muy a pesar suyo, con que calaña de hombre se había casado.

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