LA VIDA CAMBIA

Augusto Pablo y Cesar mostraban su carácter aventurero y fueron adentrándose sin que sus padres se enteraran en el mundo de los vicios y se fueron convirtiendo en tramposos y embaucadores.
Ya no gustaban de la finca que habían construido con tanto esmero en la montaña. El padre no quería alejarse de allí porque le había tomado afecto a sus tierras, a ese lugar donde habían nacido algunos de sus hijos y donde habían echado raíces.

La madre machista por vocación y tradición se dejó convencer de sus tres hijos mayores para irse a vivir a la población más cercana. El padre se quedaría en su finca e iría al pueblo cuando necesitara comprar algo o vender sus productos, lo que solía ser los fines de semana.


Los hijos mayores alquilaron un solar en las afueras del pueblo para fabricar aguardiente (sin licencia), en un alambique que habían hecho artesanalmente. Esto lo hacían en las noches y siempre uno de ellos vigilaba para que las autoridades competentes no se enteraran, pues solo era permitido vender en el pueblo el licor que tenía permiso autorizado.
El alambique lo fabricaron con dos ollas de cobre y un flexo que las comunicaba. Una de ellas tenía un agujero en la tapa, donde le ponían una válvula y allí conectaban el tubo; y la otra tenía dos agujeros, con sendas válvulas, una de entrada en la parte de arriba la cual recibía el flexo, y otra de salida en el lado opuesto, por la parte de abajo, por donde salía el licor ya destilado.


En la primera olla echaban agua hasta la mitad más o menos. La olla tenía encima del agua, pero sin tocarla, como una especie de colador, para poner allí el anís o las plantas que le añadían, la canela y clavos de olor. El vapor salía por la válvula que lo conducía hasta el flexo y llegaba hasta la otra olla donde se condensaba y se convertía en licor al cual le añadían una gran cantidad de alcohol y así se convertía en una bebida embriagante.
La vendían fácilmente por su bajo precio, pero un agente de la policía los sorprendió y empezó el chantaje. Inicialmente cedieron a las amenazas participando al personaje con un porcentaje de sus ganancias. Pero poco a poco éste se iba atreviendo a pedir más y más ventajas y un buen día lo desparecieron del lugar sin que nadie supiera más de él.
Llegó la época de elegir alcalde y había dos bandos. Uno de ellos era de ideas más conservadoras pero taimados e hipócritas. El otro tenía ideas más liberales y eran desalmados y atrevidos por lo cual los hijos de Antonio se fueron con éste.


Pero haber elegido este bando les supuso salir a escondidas de la población unos días después, por la encomienda que les hicieron los gamonales del lugar.
Tenían que dejar fuera de combate a un contendiente del sector opuesto que parecía iba a quedar como edil del pueblo pues tenía fama de ser muy generoso y compasivo. Entonces había que desparecerlo a como diera lugar. Ellos recibirían por ese encargo una buena suma de dinero y ya no tendrían que vender su licor a escondidas porque les darían el permiso oficial.
Sin contarle a su padre Antonio, le quitaron la vida a la persona señalada, y fue doble el crimen pues el hombre atacado llevaba en sus brazos a su hijito de un año, el cual milagrosamente se salvó, pero eso el pueblo no se los iba a perdonar.
Ni la madre ni el padre estaban enterados de lo que habían hecho sus hijos. Estos después de lo sucedido se encerraron en su casa y como era fin de semana Antonio estaba ahí. A eso de la medianoche un amigo fue corriendo a decirles que los iban a atacar a todos sin respetar que hubiera mujeres y niños. La multitud estaba enardecida porque ya sabían que ellos eran los responsables de aquel tremendo crimen y que les iban a incendiar la casa.


No tuvieron mas remedio que enterar a sus padres de lo sucedido y salir corriendo solo con el encapillado, o sea, con la ropa que llevaban puesta y con lo que les cabía entre los bolsillos.
Corrieron sin parar hasta el amanecer, guiados por el instinto, hasta la finca donde Antonio vivía entre semana. Al llegar se sentaron a descansar y toda la familia estaba presa de pánico. Pero los padres después de acomodar los chiquillos y las dos hermanas, se sentaron a llorar. No por lo que habían perdido sino porque no podían aceptar lo que habían hecho sus hijos. Ellos estaban agazapados en un rincón de su alcoba. Acababan de entender la magnitud del crimen que habían cometido.


El padre se secó las lágrimas, se enderezó y los enfrentó. Les habló con coraje pero con autoridad.
Les permitió continuar en su viaje porque ellos debían ayudar en la huida pues él solo no podría cuidar de toda su familia en aquella travesía. Pero les sentenció que al llegar a su destino, deberían buscar la forma de reparar el daño que habían causado, o de lo contrario ya no los aceptaba más, cerca de la familia.

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