Empacaron lo poco que tenían y dijeron a sus hijas y a los pequeños que harían un viaje muy largo.
Guillermina como siempre precoz anotó en uno de sus cuadernos de la escuela el día y la hora en que habían salido. Para ella por sus pocos años aún, esto era una aventura. Se levantó temprano con María y ayudó en los quehaceres de la partida. También escribió como estaban vestidos todos, como lloraban sus padres y se esforzaban en salir rápidamente; cuantos animales llevaban y quienes iban montados en ellos.
Eran tres caballos y dos mulas cargadas con los pocos enseres que tenían. Escribió también que sentía tristeza de alejarse de aquella tierra pero a la vez sentía que era bueno conocer otros lugares y de allí resultaría un buen cuento para escribir en su cuaderno. Más tarde comprendería cual era la razón del llanto de sus padres.
![El viaje de travesia](https://heks.teachkampus.com/wp-content/uploads/2024/06/la-travesia-1024x1024.png)
Los campos eran frescos y hermosos con sus variados tonos de verde. El olor de aquellos pisos nunca lo olvidaría. En los tres caballos iban así: en el primero iba Antonio con su pequeño Santiago. Luego iba María con su pequeña Antonia la última de la ralea, y en el otro iban Guillermina y Francisca.
Los hijos marchaban adelante a pie abriendo camino donde la abundante maleza lo tapaba.
Pasaron la cordillera y en lo alto de la montaña se detuvieron y divisaron un hermoso valle surcado por un inmenso rio que se desplazaba en forma de interminables eses y por lo cual los fundadores del pueblo cercano lo llamarían ¨”la firma de Dios”.
En la cima donde estaban había muchos árboles, flores muy coloridas y de extrañas formas que ellos no conocían. El aire fresco les traía olor a chocolate recién hecho y se dieron cuenta que no habían comido nada en toda la noche. Divisaron una pequeña casita de la cual salía humo de diversas formas por su chimenea, anunciando que ya habían prendido el fogón para cocinar y se dirigieron presurosos hacia allá en busca de un amable desayuno.
Las personas de la fonda los recibieron con generosidad. Antonio les contó del difícil recorrido que acaban de realizar y les pidió que le vendieran desayunos para toda la familia. La dueña de la casa se sintió muy conmovida y los mandó seguir. Les propuso que descansaran ese día para que retomaran fuerzas y María antes que su esposo dijera que no, aceptó gustosa su ofrecimiento con mucha alegría y gratitud.
Fue un oasis en el camino. Se bañaron, se acostaron y al día siguiente se levantaron al alba.
Antonio se dirigía siempre al oriente porque su amigo Rafael Ulloa le había enviado hacía mucho tiempo, una carta, donde le contaba que vivía en esa zona antioqueña por si algún día se avezaba por esos lugares.
Avanzaron muchos kilómetros en la mañana pues haber madrugado hizo que les rindiera el camino. De pronto se cruzaron con un arriero que llevaba alrededor de quince mulas cargadas con diferentes productos. Antonio le preguntó si conocía a Rafael y corrió con tanta suerte que justamente venía de su finca.
Su alegría fue enorme pues su responsabilidad era muy grande y deseaba llegar pronto al destino final. El arriero por señas le explicó como llegar; todavía faltaba alrededor de unos cuatro kilómetros de camino. Pero la ansiedad por descansar y entrar a un lugar seguro, los hizo más fácil.