EL ÁNIMA SOLA

Nuevamente llegó la noche. Ya habían fabricado un cambuche para dormir y a cada uno de ellos les tocaba hacer guardia para cuidarse de algún ataque nocturno.

A Pablo le tocó el primer turno. Ya los demás se habían dormido, y él, alerta a cualquier movimiento por pequeño que fuera, se dio cuento que algo o alguien venía hacia ellos, pues se escuchaba como el sonar de muchas cadenas arrastrándose hacia el lugar donde dormían.
No dijo nada a sus hermanos ni a su padre. Encendió unas velas por si era el “ánima sola” la que rondaba por ahí, pues sabía que a este ser, otro mito de esas tierras agrestes, le gustaba andar en la noche para recordarle a quienes habían incumplido alguna promesa a las almas del purgatorio, que ella andaba así, encadenada y sin rumbo por siempre, porque había faltado a su palabra después de recibir un gran favor de las ánimas benditas.


Pablo lentamente guiado por su instinto se fue acercando a ella y de repente la sorprendió acurrucada en un pequeño matorral a la espera de un descuido de los que se habían atrevido a entrar en sus terrenos, para atraparlos con sus cadenas. Éste llevaba una cruz de madera empapada en petróleo y apenas la vio le prendió fuego. De tal manera que al verse descubierta fue ella la que se atemorizó y se marchó convertida en un enredo de humo y malos olores.

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