22 – se acumula el tiempo

La niebla baja una vez más sobre Rio Tuasán, cubriendo el caserío con un velo de silencio. El viento, que antes traía el eco de risas y cuentos antiguos, ahora arrastra susurros lejanos, promesas que se desvanecen como el aliento en la mañana fría. El río murmura canciones olvidadas mientras se desliza entre piedras cansadas, y las montañas, inmóviles y eternas, observan con la paciencia de quienes han visto generaciones ir y venir.

El tiempo aquí no pasa, se acumula. Las paredes encaladas guardan las huellas de manos laboriosas, y las sombras en los callejones aún recuerdan pasos de aquellos que partieron, dejando atrás una estela de recuerdos que se diluyen en el polvo. En las noches, cuando la luna asoma tímida entre las nubes, los espíritus que rondan en los cafetales susurran nombres que nadie recuerda ya.

Ahora me alejo de Rio Tuasán, llevándome el aroma de la tierra húmeda y el café tostado, el eco de las campanas y el murmullo de los ríos que nunca duermen. Dejo atrás las leyendas y los suspiros de los muertos, las historias que los viejos contaban junto al fogón, los ojos curiosos de los niños que escuchaban sin entender del todo el peso de las palabras.

Parto sabiendo que el pueblo seguirá allí, suspendido entre montañas y niebla, donde el viento canta y los caminos de polvo se pierden en el horizonte. Rio Tuasán seguirá existiendo, en su mundo de magia y silencio, donde el tiempo se curva y la memoria nunca muere. Me voy con la certeza de que, mientras alguien lo recuerde, Rio Tuasán vivirá para siempre.

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