20 – La buseta Mejoral

La llegada de la buseta al pueblo de Rio Tuasán era un acontecimiento que trastornaba la rutina plácida de sus calles polvorientas. Pintada de colores desvaídos y con el motor tosiendo como un viejo asmático, el vehículo se estacionaba en la plaza principal, bajo la mirada expectante de niños descalzos y ancianos de sombrero ajado. Su misión era simple: vender Mejoral, una medicina milagrosa que prometía aliviar dolores desde el lomo hasta el alma, y a cambio, regalar una función de cine que hacía soñar despiertos a los habitantes del pueblo.

Durante tres o cuatro días antes de la función, la buseta recorría el pueblo anunciando su espectáculo con un altoparlante que retumbaba entre las montañas y el eco de las casas encaladas: «¡El gran cine llega a Rio Tuasán! ¡Una sola función este sábado a las siete de la noche en la plaza principal! ¡No se lo pierdan! Y no se olviden: Mejor Mejora Mejoral!» La promesa de la película se filtraba en las conversaciones de los cafetales y en las cocinas de barro, donde el aroma del café recién colado parecía más dulce ante la expectativa del cine.

Cuando finalmente llegaba el día señalado, el pueblo entero se congregaba en la plaza. Los hombres traían sus sillas de madera y las mujeres cargaban niños somnolientos. Los más jóvenes se acomodaban en el suelo, ansiosos, y los viejos se arrellanaban con la dignidad de quienes han visto el mundo y regresado a contar la historia. La pantalla improvisada era una sábana colgada entre dos postes, y el proyector chisporroteaba con una luz temblorosa que revelaba mundos lejanos y personajes eternos.

La noche se llenaba de suspiros y carcajadas, de gritos ahogados y aplausos desmedidos cuando el héroe besaba a la dama o el villano recibía su merecido. Al final de la función, mientras la buseta se preparaba para partir, las sombras del pueblo volvían a sus casas con los ojos brillantes y el corazón ligero. El eco del altoparlante se desvanecía entre las montañas, prometiendo regresar algún día con otra función.

En Rio Tuasán, la buseta de Mejoral traía algo más que remedios para el cuerpo: traía el dulce engaño de la ilusión y el consuelo de olvidar, aunque fuera por un instante, la eternidad suspendida del pueblo.

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