1 – El Pueblo en la Cima

Desde lo alto, Rio Tuasán parecía suspendido en el tiempo. Un pequeño caserío encaramado en la cima de una colina, rodeado de montañas que se alzaban como gigantes dormidos. Las nubes bajaban despacio, besando los tejados de barro rojo antes de deshacerse en la brisa tibia que venía del valle. El aire olía a tierra húmeda y a café tostado, como si el propio pueblo respirara hondo cada mañana.

A veces, al amanecer, el sol pintaba el cielo de un naranja suave, y el canto de los gallos rompía el silencio espeso de la madrugada. Entonces las casas blancas, alineadas como dientes en una sonrisa, brillaban de una manera especial, como si fueran de azúcar. Desde cualquier esquina del pueblo uno podía ver el horizonte sin fin, el Cerro Tatamá, las montañas cubiertas de neblina y los caminos de tierra que serpenteaban ladera abajo, perdiéndose en los cafetales y los potreros.

Los abuelos decían que Dios había puesto el pueblo allí para que los hombres pudieran estar más cerca del cielo. Y había días en que uno creía que era cierto, sobre todo cuando la niebla era tan espesa que apenas se veían los pies, y solo las campanas de la iglesia servían de guía para no perderse.

Rio Tuasán estaba rodeado de ríos que cantaban de noche. Desde la cima se escuchaba el murmullo lejano del agua bajando entre las piedras, como si alguien contara historias secretas a los que sabían escuchar. Los niños aprendíamos a distinguir los sonidos del río Tuasán del río Chiquito, y cuando el agua crecía, decían que los espíritus bajaban desde la montaña para lavar sus penas.

Las montañas, inmensas y verdes, eran como murallas que nos protegían y nos aislaban. Más allá de ellas estaba el mundo, pero eso poco importaba. En el pueblo teníamos todo lo necesario: el sol que quemaba las tardes, la lluvia que mojaba los cultivos, los caminos polvorientos donde jugábamos a atrapar mariposas, y las noches llenas de estrellas tan cercanas que uno creía poder tocarlas con la mano.

Allí, en la cima, el viento era distinto. No solo traía el aroma de las guayabas maduras y de maíz tostado; también traía historias. Historias de los abuelos y de los brujos, de los duendes que jugaban a esconderse en el cafetal y de las hadas que aparecían cuando uno menos lo esperaba. El pueblo estaba lleno de fantasía y de magia, pero para nosotros era lo más normal del mundo, al igual que toda clase de espantos y encantos.

Rio Tuasán no era grande, pero desde arriba se sentía inmenso. Como si fuera el centro de todo.

Translate »