0 – Donde las nubes besan los tejados


Existen lugares en el mundo donde el tiempo no simplemente fluye, sino que se anida en las calles
empedradas, en el aroma de la tierra húmeda y el café recién hecho, en las voces que susurran historias al caer la noche. Río Tuasán es uno de esos lugares. Un pueblo que se aferra como un nido de águila a la cima de una colina, rodeado de montañas que solo comparten sus secretos con quienes se quedan a escuchar el tiempo suficiente.
Aquí, el agua canta por la noche, los vientos cuentan historias y las estrellas parecen tan cercanas que casi se pueden tocar. La gente vive entre las nieblas que abrazan los tejados por la mañana y los atardeceres que incendian el cielo. Cada diciembre, La Inmaculada trae una explosión de devoción y fuegos artificiales, mientras que la retreta dominical es el corazón palpitante del pueblo, donde las miradas se cruzan, los amores florecen y el pasado y el futuro se encuentran en el baile giratorio de la vida.


Río Tuasán no es un pueblo cualquiera. Es una respiración, un ritmo, un lugar donde la magia de lo
cotidiano se mezcla con los ecos de antiguas leyendas. Este libro no es una narración común; es una
ventana a un mundo donde las tradiciones permanecen vivas, donde la música y el silencio bailan
juntos y donde cada sonido, cada aroma, cada mirada tiene un significado.
No todos en Río Tuasán dejan huella en las crónicas del pueblo. Hay voces que alguna vez sonaron,
pero que el viento se ha llevado. Los personajes olvidados deambulan por los callejones, sus nom
bres solo susurrados en viejas historias o en los sueños de quienes aún los escuchan.
Allí está Martincito, que caminaba descalzo por la noche, su voz temblando como la llama de una
vela en el viento. Dicen que cantaba a las estrellas, y quizás las estrellas le cantaban de vuelta. O
Doña Eulalia, que una vez cosió los vestidos más hermosos, pero que un día desapareció en la niebla, como si se hubiera disuelto en la bruma.
Y el viejo IA, que siempre andaba con una bolsa llena de luciérnagas, porque creía que así podía domar la noche. Nadie sabe dónde ha ido, pero algunos afirman que aún se puede escuchar su suave silbido cuando el viento baja de las montañas.
Río Tuasán no olvida a sus muertos, pero no todos los vivos son recordados. Sin embargo, ellos perduran en los rincones de las historias, en el eco de una canción, en un destello de luz entre los árboles.


Este libro también es para ellos.

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